El 28 de enero celebramos el I Día del Bibliobús en toda España.
Estamos de fiesta todos los que trabajamos en estos servicios bibliotecarios dirigidos a conseguir los beneficios de la Biblioteca Pública para cuantos ciudadanos no disponen de otro procedimiento para ello.
Pero también es el Día de todos ellos, de esos más de nueve millones de españoles que gracias a su Bibliobús pueden disfrutar de un centro de recursos para sus necesidades, de un lugar para la socialización con sus vecinos, de un servicio básico para la inclusión social, para la construcción personal, y una plataforma imprescindible para la igualdad de oportunidades.
Para darle a la celebración toda la solemnidad que se merece desde ACLEBIM hemos encargado un pregón al escritor Manuel Martínez Gonzalez, que con su relato ha querido acercarse al día a día del Bibliobús con sus usuarios:
Para darle a la celebración toda la solemnidad que se merece desde ACLEBIM hemos encargado un pregón al escritor Manuel Martínez Gonzalez, que con su relato ha querido acercarse al día a día del Bibliobús con sus usuarios:
DÍA DEL BIBLIOBÚS, 2016. PREGÓN
Por Manuel Martínez González
Sergio abrió los ojos, miró el reloj, y dio un salto y un grito.
-¡Me he dormido! Abuela, ¿por qué no me has despertado para ir al
bibliobús?
- Ay, hijo, estabas muy rico durmiendo. Tu padre sí ha ido a devolver
los libros y a sacar otros, me va a traer uno de cantes y bailes de esos que me
gustan. Ahora ya no lo coges aunque corras.
-¡Que sí, que lo cojo! ¡Adiós, abuela!
Sergio salió de su casa como una exhalación y se encaminó hacia la
plaza del pueblo. La posibilidad de pasar una semana entera sin libros hasta
que volviese el bibliobús daba alas a sus pies. Nadie podía entender lo
importante que aquello era para él, nadie salvo Rosa, la bibliotecaria. Siempre
le recomendaba los mejores libros, los que hubiera elegido él. La última semana
había visto uno de dragones chulísimo, y ahora ese libro con el que tanto había
soñado se alejaba más y más de él. Al fondo de una calle vio a su amigo
Ricardo, que alzó el tebeo que tenía entre manos y le dijo:
-¡Llegas tarde! ¡Te vas a quedar sin nada! ¡Yo he sacado un libro de
vikingos!
-¡Yo voy a sacar uno mejor!
La situación iba haciéndose más desesperada: a cada calle encontraba a
gente que volvía del bibliobús a casa. Como siempre, el cura llevaba un grueso volumen
bajo el brazo, y el ingeniero jubilado iba tropezándose con todos mientras leía
una gran enciclopedia. Hasta el pastor, que solía llegar el último, traía consigo
unos estuches que miraba y remiraba sonriente. Al ver a Sergio corriendo como
una centella le gritó:
-¡Fíjate, Sergio! ¡He sacado unos DVDs muy majos de caza mayor! ¡Y
menor!
-¡Si tú no sabes cazar!
-¡Y qué! ¡Con esto aprendo! ¡Corre, que no sé si llegarás!
Ya estaba cerca de la plaza. Una niña a hombros de su padre le iba
leyendo el colorido libro que tenía entre sus manitas; un par de señoras del
Club de Lectura comentaban ilusionadas las novelas que habían sacado agitándolas
como abanicos. Sergio recordó a su pesar todo lo que se había perdido: navegar
un rato por internet, hojear revistas, quizá ver alguna película... Trató de
apartar de su mente la posibilidad espantosa de estar siete días seguidos sin
poder leer nada más que lo que le prestaran familiares y amigos. ¡Eran tan
lentos! Ya estaba muy cerca, cada vez más cerca, sólo un poco más, un poco más
y habría llegado...
La plaza estaba vacía. Sergio, incrédulo y jadeante, miró a su padre,
que se acercaba sorprendido hacia él:
- ¿Papá, hace cuánto que se ha ido el bibliobús? ¡A lo mejor podríamos
pararlo! ¡Que no he podido sacar nada!
-El bibliobús tiene que irse a su hora, Sergio. En otros pueblos hay
más gente que quiere leer. Si llegas tarde, no es culpa de ellos. Lo entiendes,
¿verdad?
Sergio asintió desconsoladamente mientras bajaba su mirada al suelo.
Las piedras de la plaza nunca habían parecido tan tristes.
-Pero no es verdad que no hayas sacado nada: me llevé tu carnet, y Rosa,
la bibliotecaria, me prestó este libro. Dijo que seguro que te gustaría...
El dragón de la cubierta era verde y terrible; escupía un fuego tan
rojo que parecía que iba a quemarle a uno. Sergio arrancó el libro de las manos
de su padre, lleno de alborozo, y dirigió su mirada al horizonte, a la
carretera más allá del pueblo.
Allí pudo ver un puntito blanco que se hacía cada vez más pequeño,
adentrándose en el inmenso cielo. Sergio sintió cierta nostalgia, pero se
consoló pensando que volvería a verlo en una semana; ahora ese tiempo le parecía
muy pequeño.
¡Feliz Día del Bibliobús!
¡Feliz Día del Bibliobús!